Yo no sé olvidar.

 Yo no sé olvidar. El olvido está colmado de presencia, de calles, de besos, de lugares fortuitos, de momentos muertos, horas convenidas, ilusiones gastadas. Voces, ecos distantes, imágenes congeladas que quedaron grabadas en la superficie del córtex.

Yo no sé olvidar, el olvido huye de mí, dentro de este escaparate de cristal que cubre el iris de mi ojo izquierdo, no sé y no pretendo sujetarlo.

Quizá algún día alguien me tenga caridad y me enseñe el arte de la omisión. Esa triste profesión de nombres innombrables, de calles intransitables, y fotos quemadas.

¿Podría, o existe siquiera la esperanza para una memoria más renegada que la mía dispuesta a entregarse cada ápice de recuerdo?

¿A cuántas horas se encuentra el olvido en este punto de la memoria?

¿Cuánto tiempo se requiere para apiadarse, para socavar esta cabeza que no para rumiar sobre de mí y el vacío de las horas muertas en el hastío?

No, yo no sé olvidar, persigo el olvido en carreras que no acometo ganar. En las que me dedico a el recuerdo y su ceremoniosa presencia durante, antes y después de la entrega del sueño.



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