Atardecer

Estás a la orilla del puente, puedes ver el río debajo de tus pies, te abrazas a la barda con tus manos trémulas. Haz arribado justo a la hora que deseabas, en el momento del atardecer. Te encuentras solo, pasmosamente solo ante el espectáculo que deseas contemplar con profunda atención, imaginaste en el camino que al menos habría alguna persona, o quizás una pareja, pero no hay nadie. Es mejor así y lo sabes. No quieres perderte ni un sólo detalle de este instante. 

 

La vista es hipnótica, apacible. El arrebol de las nubes poco a poco va cambiando su color de un naranja intenso a un rojo radiante. Lentamente el sol va descendiendo hacia las montañas. Es una esfera de luz resplandeciente que se pierde a la distancia, busca ocultarse con paciencia, sin prisa y su luminiscencia va coronando la cordillera que empieza a dibujarse con un halo brillante que la delinea y separa del cielo. 

 

Los colores del firmamento se van transformando, se combinan como grandes pinceladas trazadas al azar en un lienzo inmenso. La brisa refresca, las nubes van navegando la troposfera al ritmo de la corriente invisible del viento. Todo es calma. Sólo se oye el susurro de un resuello que es tuyo y, a la distancia, en el bosque circundante, los trinos de las aves que buscan refugiarse de la noche que va haciendo su entrada. 

 

El sol toca la tierra, abrasa las montañas y estas empiezan a engullirlo lentamente. La esfera celeste pierde su forma y mientras es devorada, su luz lo incendia todo. El escarlata de las nubes se intensifica, el viento sopla con mayor ímpetu y en un instante el astro rey desaparece de la vista. 

 

Te llenas los ojos de ese atardecer, sientes la brisa que calma tu ansiedad, por un momento cierras tus ojos para percibir como acaricia tus mejillas frías erizando tu piel. Inhalas profundo, expandes el pecho, aguantas el aire que te llena y exhalas sintiendo tu aliento tibio en los labios. Estás solo, nadie puede detenerte, una ínfima parte de ti lo desea, que alguien llegué, te sostenga, pero la otra, la más profunda como el abismo que se forma frente a ti, la rota, se sonríe. Abres tus ojos una última vez, la noche se acerca para envolverte, las aves enmudecen. Miras hacia abajo al rio que se va perdiendo a la vista en la oscuridad. Es ahora, miras al horizonte la primera estrella en el firmamento, cierras tus ojos, te sueltas del puente, abres tus brazos, caes.

1 comentario:

  1. Otra buena obra que ya por el simple titulo invita a la lectura y al vuelo.

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