A veces me quedo quieta, pequeña y encogida. Me abrazo a mí misma para así soslayar el frío.
Pocas veces miro atrás, a buscar atisbos de lo que fue, de lo que fui, de lo que pensé que sería. Ya no escarbo en tierras que no son mías, sólo me miro en reflejos intrusos, curiosos, que me dicen que esa soy yo, pero no me reconozco.
Evito las palabras que alguna vez fueron mías, evado los caminos que llevan al repaso, a la fractura irreparable que constituye este abismo. Estoy a la orilla, mirando esa oscuridad a punto de resbalar y, a veces, con el impulso de aventarme al vacío.
Nuestros cuerpos, nuestras manos, nuestra mirada se separan, de nuevo, para siempre.
Yo me quedaré aquí, esperando verte, aunque sé que no vendrás, esperando hablarte, aunque tu corazón sea sordo a mi voz, esperando no sé qué, de esa noche que te perdiste y te vi por ultima vez.
Aquí seguiré con las culpas a cuestas que crepitan en mi espalda, con mis verdades manchadas de vergüenza, con mis mentiras enterradas en ese sitio donde te conocí. Germinarán, verán la luz y serán implacables como tú.
Me abrazo a la espera del calor del sol que desde hace meses es blanco. Enfermos son los días confusos, fríos y eternos como mi falta de razón.